A mi no me gusta la calle como espacio de definición de argumentos válidos.
Y no es fácil tomar posición en estos días, sobre todo para gente como yo, que nos ubicamos en la llamada centro izquierda, la política progresista que reclama redistribución del ingreso como norte de la política. Para quienes creemos - como creía Rousseau- que cuando hay una distancia suficientemente grande entre el que mas tiene y los que menos tienen como para que los primeros compren a los segundos (Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad; 1750) no hay posibilidad de libertad. Es decir, la igualdad es el fundamento de la libertad.
En este lado de la política, entonces, es muy complicado definir posición frente al gobierno nacional. No acuerdo con los productores de soja que piden que no les aumenten las retenciones. Y no acepto que sus argumentos incluyan la falta de transparencia de las políticas, la discrecionalidad en el reparto, etc. No. Se quejan porque les afectaron sus intereses privados. Y hasta ahí es la política: unos pierden y otros ganan según el partido político que gobierne.
Sin embargo es complicado acordar del todo con la acción del gobierno en término de metodologías, prioridades y estilos. No solo no acuerdo con obras faraónicas millonarias y financiadas de modos dudosos, ni con la falta de poder otorgado al Congreso nacional como espacio de discusión de distribución de recursos sino que me opongo a los modos de ocupar el espacio público: la calle como ágora perfecta.
Mi oposición a que la calle se transforme en el legitimador de la autoridad por excelencia se funda en la preocupación por la salud y sostenibilidad de la democracia. Si solo el número en la calle muestra el poder, ¿para qué votamos? En la calle solo se vota una sola cosa: si/no, acompañar/ oponer. A la calle se llega siguiendo impulsos, mensajes de texto, ganas de socializar, jóvenes, ruido, fiesta, y llegan quienes pueden. No van las madres con niños pequeños, los que no tiene auto, no van los que tiene dificultades para caminar o quienes viven lejos de los centros de reunión. No van los que trabajan a esa hora, o los que no gustan de las aglomeraciones. En fin, la lista podría seguir. El punto es que la calle no es democrática. No permite debate. No es el pueblo, no es la gente. Y esto último se debe a que la apelación populista al ‘pueblo’ o mas híbrida a ‘la gente’ es una apelación emotiva, que busca efectos movilizadores, pero no es abarcativa ni exhaustiva. Gente como yo, somos pueblo y no fuimos al cacerolazo.
Gente como yo, que soy gente y pueblo y ciudadanía con derechos civiles y políticos queremos defender la democracia inclusiva, que cobre mas a los que mas tienen para distribuir entre los que mas necesitan, de manera transparente y debatida y queremos defenderla con métodos democráticos. El único método , hasta ahora, que permite que vayan quienes no tiene auto, quienes tiene dificultades para caminar, quienes tienen bebes pequeños, etc., es la urna el día de la votación. Y al día siguiente, los representantes que fueron elegidos por ese medio, son nuestra voz.
valeria brusco
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