23 feb 2009

La polémica sobre la boleta única: Poco se gana discutiendo el tamaño.

Valeria Brusco
Mario F. Navarro


La vehemencia con la que algunos funcionarios han reaccionado a la propuesta de boleta única sorprende. Ahora el elector se limita a insertar un formulario en un sobre; el que prácticamente no puede tocar so pena de anular su voto. Esto quiere ser cambiado por la boleta única, que obliga al elector a apuntar su preferencia en la misma boleta.

Ahora bien, el calibre de los epítetos, la profusión de metáforas, de un lado; y el sobredimensionado valor que en el otro, en la oposición, se le otorga a la cuestión del formulario a usar –que ahora se ve como el instrumento con el que se hace casi todo mal en el plano electoral- no presagia la discusión parsimoniosa y reflexiva que el tema requiere.

El asunto es bien importante, y vale la pena mejorarlo. En este sentido, nos proponemos hacer un sumario balance de los argumentos; con énfasis en los planteados por quienes han sido investidos del privilegio y la responsabilidad de tomar las decisiones; es decir, nuestros funcionarios.

Vale comenzar rechazando la idea voceada por algunos opositores, quienes sugieren que no se reforma porque ello facilita las maniobras fraudulentas.. Como bien se ha dicho, muchos gobiernos han sido elegidos con el formulario actual sin que sospechemos inmediatamente fraude. Por el lado del clientelismo, aunque la boleta única inhabilitaría el típico gesto clientelar de embolsillar boletas en el votante; hay que reconocer que las raíces de esta perversión democrática están más lejos. Menos en la estructura de la boleta, muchos más en la desigualdad social.

Pero, es igualmente desproporcionada la respuesta del lado gubernamental. Ambos lados montan así, queriendo o no, un circo en el que la única víctima es la posibilidad de examinar serenamente nuestras leyes y prácticas,

Existen dos ideas que funcionarios de alto rango del gobierno nacional han planteado. Dos ideas completamente erradas. Sugieren que la modificación es imposible. Se dice que no hay modo de incluir el elenco completo de candidatos, que un ministro calcula en alrededor de 900 nombres, en una boleta de este tipo. Se insinúa también que con la boleta única se ocultar del examen de la gente los nombres a ser votados –sería una “boleta colcha” porque busca cubrir la “sábana”, dice otro ministro-.

Pero, los ministros están equivocados. No hay ninguna razón, que no sea la ley que se pretende cambiar, para que todos los nombres de los candidatos estén impresos en la boleta. Nada lo obliga porque, primero, un ciudadano bien informado no necesita que en su voto consten todos los nombres. Le alcanza con que se determine la lista, denominación y/o número, en la que estos nombres han de constar. Pero, ¿y si la persona no sabe qué lista tiene cuáles candidatos? Fácil: carteles mucho más legibles que la minúscula letra de las boletas le guiarán en el mismo cuarto oscuro. Y esto sin contar con que, por supuesto, los partidos se habrán previamente encargado de hacerle saber qué candidato está en cuál lista.

Pero, entonces, ¿no validamos, no damos vía libre, a que la gente sea inconsciente sobre lo que vota? Y al mismo tiempo, ¿no facilitamos la labor de quienes esconden bajo cumbreras respetables a candidatos indeseables? Esta es justamente la segunda objeción equivocada. Advirtamos primero un hecho curioso: la lista con muchos nombres es la práctica de hoy en día. Los funcionarios que habrían descubierto aquí una de las fallas más perversas, no han promovido ningún proyecto de reforma al respecto. ¿Por qué? Porque no pueden más que estar de acuerdo con la lista!

Veamos un hecho sociológico: ¿cuánto tardaría un buen ciudadano en conocer cabalmente a los 900 candidatos que el ministro calcula? Seguro que no cuando está en el cuarto oscuro. Ergo, no le sirve especialmente tener los nombres exhibidos en cada boleta. Si ya tiene un juicio previo es porque no ha atinado conocer en su persona a cada candidato. Si les ha podido conocer es porque le han preocupado más las ideas –y menos cómo se visten, o con quién se toman fotos-. Un ciudadano responsable conoce sus candidatos cuando puede ubicarlos en un marco de gente que comparte una ideología. Los 900 se reducen entonces a un conjunto de agrupaciones que pueden contarse con las manos. Así visto el asunto, no es problema, sino la solución que la gente pueda remitirse desde un nombre a una lista. Vale la pena pensar en cuál sería peor perversión democrática: que no se exhiban nombres de candidatos en una papeleta, o que se escamoteen las ideas. Fue Sáenz Peña el que dijo: “dejadme la confianza de que acabaron los personalismos y volvemos a darnos las ideas”.

Se ha hablado de la lista, necesaria en todo tipo de elección bajo sistemas de proporcionalidad. Pero, hay que tener cuidado en no confundir lista con boleta “sábana”. Una boleta “sábana” es una suerte de barata picardía que obliga al ciudadano a “cortar” para diferenciar su voto entre cargos y niveles. Que conste que sobre esto nada dicen los ministros, aunque vale observar que aquí la boleta única también puede cumplir un rol pedagógico: instituir un momento de reflexión sobre qué candidato, y para qué cargo.

Entonces, es perfectamente válido y posible establecer la boleta única, la que tiene por añadidura otras consecuencias deseables: su aplicación, por lo menos mitiga o resuelve los problemas como los siguientes:

1)Robo de boleta; 2) La confusión acerca de los diferentes cargos electivos en juego; 3) Reduce el efecto de “arrastre” entre candidatos en casos de elecciones simultáneas; 4) Disminuye los costos de impresión de boletas pasando a ser ésta una responsabilidad del estado; 6) Facilita el escrutinio de votos, y la tarea de fiscalización de los partidos políticos.

La boleta única ya se aplica en otros países; por caso, Australia y Perú. Vale la pena pensar de un modo más responsable e informado y, definitivamente, menos estentóreo sobre ella.

La Voz del Interior, 23 de febrero 2009

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